Política Mundial

Justicia tardía: Décadas más tarde se adjudica el caso de Thomas Sankara (I)


La revolución inesperada en Burkina Faso, 1983-87


(Esta es la primera de dos partes. La segunda parte viene pronto.)


Por Ernest Harsch

En el momento en que el juez a cargo del tribunal militar leyó los veredictos de culpabilidad contra los once asesinos acusados de matar a Thomas Sankara, el líder revolucionario de Burkina Faso, los presentes en la sala del tribunal estallaron en aplausos. A medida que la noticia corría por la capital, Uagadugú, los conductores de automóviles empezaron a tocar sus bocinas y los jóvenes empezaron a bailar en las calles. Algunos corearon: “¡La patrie ou la mort, nous vaincrons!” (Patria o muerte, venceremos), la consigna del  gobierno revolucionario de Sankara. Una procesión de activistas y grupos juveniles depositó flores en un espacio conmemorativo dedicado a Sankara y a los doce ayudantes que junto con él fueron asesinados durante el golpe militar de 1987.

Thomas Sankara, Ouagadougou, Burkina Faso, October 10, 1987, five days before he was assassinated. On April 6, 2022, a military tribunal in the West African country convicted the main culprits of Sankara’s murder and sentenced them to prison terms ranging from three years to life. (Photo: Ernest Harsch)

Muchos pensaron que nunca llegaría el día. Entre otras razones porque el principal acusado era Blaise Compaoré, quien aplastó la revolución de Sankara y luego gobernó el país con mano de hierro y con impunidad total durante los siguientes 27 años. Pero el derrocamiento del mismo Compaoré tras una insurrección popular en el 2014 lo dejó expuesto a la posibilidad de que algún día tuviera que responder por sus crímenes. Así que huyó a Costa de Marfil, un país vecino, fuera del alcance del sistema judicial de Burkina Faso, el cual se vio obligado a juzgarlo en ausencia. Aún así, la cadena perpetua para Compaoré y las sentencias de los otros condenados desde los tres años hasta la cadena perpetua fueron causa de cierta satisfacción para el gran número de burkineses que veneran a Sankara.


ANALISIS DE NOTICIAS


“Es un día de justicia, no sólo para Thomas Sankara y sus compañeros. Es un día de justicia para todo el pueblo burkinés”, dijo Prosper Farama, abogado que representa a la familia Sankara.  Sampawendé Sawadogo, portavoz de una coalición de asociaciones juveniles, lo llamó “un día histórico”, una victoria inicial encaminada a “demostrar la verdad y hacer justicia para nuestros héroes”.

Mariam Sankara, viuda del difunto líder, dijo que el resultado “está a la altura de lo que esperábamos”. Aún así, le hubiera “gustado que todos los acusados estuvieran presentes y pidieran perdón”. Sin embargo, agregó, “finalmente podremos llorar”.

Una revolución inesperada

Las reacciones emocionales no se limitaron a los miembros de su familia. Se extendieron a círculos más amplios de activistas y ciudadanos comunes. Sankara, después de todo, es visto por muchos como un héroe nacional, alguien que ayudó a transformar su país e inculcar en su pueblo un nuevo orgullo por su identidad africana y nacional. Tres décadas después de su muerte, la durabilidad del impacto que tuvo Sankara es más notable todavía si tomamos en cuenta el breve tiempo que su gobierno revolucionario estuvo en el poder, sólo un poco más de cuatro años.

Escena del levantamiento revolucionario que abrió una revolución democrática en Burkina Faso. Uagadugú, agosto de 1983. La pancarta dice: “Sankara, nuestro líder”. (Foto: Afrique Asie)

Antes de 1983, nadie hubiera pronosticado una experiencia revolucionaria con un legado tan duradero. El territorio—entonces conocido como Alto Volta—fue conquistado por primera vez por fuerzas francesas en la década de 1890 y luego proclamado oficialmente una colonia en 1919. Los franceses impusieron una nueva estructura estatal sobre las diversas sociedades indígenas, sobre todo el imperio tradicional de los Mossi, que constituía la mitad de la población, pero también sobre docenas de otros pueblos. Desde la perspectiva de París, el Alto Volta era una posesión colonial menor, con pocos recursos explotables más allá de la tierra para cultivar algodón o el trabajo de su gente. Cientos de miles de burkineses fueron reclutados para trabajar en carreteras, ferrocarriles y plantaciones en otras colonias francesas. Poco se invirtió en el desarrollo de la economía o en la salud y educación de sus residentes.

La independencia formal llegó en 1960, cuando Francia también aflojó sus riendas en otras partes de la región en favor de formas menos directas de dominación. A eso le siguieron más de dos décadas de turbulencia política, estimuladas desde abajo por combativas luchas sindicales y estudiantiles y marcadas en la cumbre por una rotación de élites civiles y militares.

El surgimiento en el Alto Volta del Consejo Nacional de la Revolución (CNR) de Sankara el 4 de agosto de 1983 marcó una ruptura en la sucesión de regímenes pro-franceses, que hicieron poco más que enriquecer a sus funcionarios corruptos. Los jóvenes líderes del CNR (el propio Sankara tenía entonces solo 33 años) rápidamente dejaron en claro que no estaban interesados en modestas modificaciones en la cumbre. Querían una transformación fundamental de la sociedad. Como símbolo de esa ruptura cambiaron el nombre del país a “Burkina Faso”. Ese hecho marcó una afirmación de la identidad africana con palabras de dos lenguas indígenas, que significan “Tierra del Pueblo Erguido”.

En general los medios de comunicación extranjeros describieron la toma del poder en agosto de 1983 como otro golpe militar. Sankara era un capitán del ejército, y varios de sus colegas claves (incluido Compaoré en ese entonces) también eran oficiales. Pero ellos derrocaron a la junta militar anterior como parte de una coalición que incluía a varios grupos de izquierda, algunos sindicatos, el movimiento estudiantil y otros activistas civiles. El CNR y su gobierno fueron instituciones híbridas que atrajeron a participantes de diversos sectores de la sociedad.

Sankara no ocultó sus creencias marxistas, y desde esa perspectiva reconoció la realidad material de Burkina Faso. El país sufría de un subdesarrollo extremo, con relaciones mercantiles limitadas y poca industria, incluso en comparación con otros estados africanos muy pobres. En consecuencia, se cuidó de no etiquetar el proceso revolucionario como “socialista” o “comunista”. Lo explicó así en una entrevista con Radio Habana:

En nuestro país, la cuestión de la lucha de clases se plantea de manera diferente a la forma en que se plantea en Europa. Tenemos una clase obrera débil numéricamente y que está insuficientemente organizada. Y tampoco tenemos una burguesía nacional fuerte que pudiera haber dado lugar a una clase obrera antagónica. Por lo tanto tenemos que enfocarnos en la esencia misma de la lucha de clases: en Burkina Faso se expresa en la lucha contra el imperialismo, que depende de sus aliados internos.

El presidente de Cuba Fidel Castro (derecha) da la bienvenida a Thomas Sankara en La Habana el 25 de septiembre de 1984. (Foto: Granma)

Para Sankara y sus camaradas, la suya era “una revolución antiimperialista”. Sus objetivos eran luchar contra la dominación extranjera forjando una nación unificada, desarrollando las capacidades productivas de la economía y abordando los problemas sociales más apremiantes de la población, como el analfabetismo generalizado, el hambre y la falta de salud.

La política exterior de Burkina Faso se apartó bruscamente de su alineación con Francia y otras potencias occidentales, dando un giro hacia movimientos y gobiernos antiimperialistas, revolucionarios y nacionalistas radicales en todo el sur global. El CNR apoyó abierta y activamente a los luchadores por la libertad de África meridional: el primer nuevo pasaporte emitido por Burkina Faso se le otorgó simbólicamente a Nelson Mandela, entonces todavía encarcelado en la Sudáfrica del apartheid.

El gobierno de Sankara también respaldó varios movimientos que se oponían directamente a la dominación francesa. Durante viajes a América Latina, Sankara fraternizó con Fidel Castro y también con los revolucionarios nicaragüenses que se resistían a la intervención de Estados Unidos. Dentro de África, defendió un modelo de unidad panafricana que se basaba más en los pueblos movilizados que en los gobiernos.

Cambios rápidos

Aunque la pobreza siguió siendo una realidad para la mayoría de los burkineses, el breve mandato del CNR trajo mejoras: cientos de nuevas clínicas y escuelas de salud, una campaña de alfabetización para los adultos y un mayor apoyo a los agricultores pobres. En parte gracias a la rigurosa austeridad impuesta a los empleados estatales (especialmente los burócratas de alto nivel), el gasto público en la educación aumentó en un 26.5 por ciento por persona entre 1983 y 1987, y el de la salud aumentó en un 42.3 por ciento.

Aunque algunos países occidentales continuaron apoyando los esfuerzos de Burkina Faso por desarrollarse, otros recortaron. Económicamente Sankara y sus colegas enfatizaban la meta de ser lo más autosuficientes posible. Se negaron a pedir ayuda y la aceptaron sólo si no estaba ligada a condiciones políticas. “Sabemos que tenemos que depender de nosotros mismos”, dijo Sankara.

Especialmente en un país tan árido, eso también significaba tener un medio ambiente sostenible: la conservación del agua y la reforestación se llevaron a cabo de manera extensa. En ese ámbito Sankara estaba mucho más adelantado que la mayoría de los otros líderes africanos.

A pesar de las desventajas económicas, el verdadero crecimiento económico durante los años 1983 a 1987 alcanzó un promedio del 4.6 por ciento anual, notablemente por encima del promedio de 3.8 por ciento de 1970 a 1982, antes de la revolución. A aquellos que en el Banco Mundial y el FMI defienden una amplia liberalización del mercado, les resultó difícil explicar tan buenos resultados.

Sankara también se adelantó a su tiempo al enfatizar el avance de las mujeres. Los nuevos programas sociales y económicos incluían medidas específicas como clases de alfabetización para las mujeres, capacitación en maternidad en las aldeas rurales y apoyo a las cooperativas de mujeres y asociaciones empresariales. Un nuevo código de la familia estableció una edad mínima para contraer matrimonio, estableció el divorcio por consentimiento mutuo, reconoció el derecho de la viuda a heredar, y suprimió el tradicional “dote de la novia”. Nuevas campañas públicas buscaron combatir la mutilación genital femenina, el matrimonio forzoso y la poligamia.

En una era en que casi ninguna mujer alcanzaba altos cargos en África, el gobierno nombró a varias mujeres como jueces, altos comisionados provinciales y directoras de empresas estatales. En cada uno de los dos últimos gabinetes de Sankara, en 1986 y 1987, había cinco mujeres ejerciendo el cargo de ministro, aproximadamente una quinta parte del total.

El gobierno revolucionario encabezado por Thomas Sankara hizo hincapié en el avance de la mujer. (Foto: Ernest Harsch)

Reestructuró el estado y movilizó a su pueblo

Estos resultados sin precedentes fueron debido a la acción en dos niveles: desde arriba debido a cambios importantes en la forma en que operaba el estado, y desde abajo inspirando y convenciendo a los burkineses comunes y corrientes de que se movilizaran para realizar proyectos económicos y sociales esenciales.

La “tarea suprema” de la revolución, explicó Sankara, “será la reconversión total de toda la maquinaria estatal, con sus leyes, administración, tribunales, policía y ejército”. Muchos miembros del viejo y reaccionario cuerpo de oficiales fueron despedidos, junto con burócratas incompetentes.

El CNR atacó la corrupción y el consumo conspicuo de las élites. La frugalidad y la integridad se convirtieron en las nuevas consignas. Los juicios públicos ante nuevos tribunales revolucionarios enviaron a decenas de dignatarios a la cárcel por malversación de fondos y fraude. A los ministros del gobierno se les redujeron el salario y las bonificaciones, y se eliminaron las limusinas.

Sankara dio un ejemplo personal al declarar públicamente todos sus bienes, al mantener a sus propios hijos en escuelas públicas y rechazando a los familiares suyos que vinieron en busca de empleos estatales. Esperaba que sus principales camaradas hicieran lo mismo.

En un esfuerzo por acercar el gobierno a la gente común, especialmente en las zonas rurales, donde las instituciones estatales apenas existían, las autoridades se embarcaron en un amplio proceso de descentralización. Anteriormente sólo había unos pocos departamentos para administrar todos los asuntos gubernamentales en el campo. El CNR introdujo más divisiones locales: el pueblo, la comuna, el departamento y la provincia. En el nivel más alto, las provincias tomaron el lugar de los antiguos departamentos, pero eran significativamente más pequeñas, sus límites determinados en parte por la densidad de la población para garantizar una mejor cobertura administrativa. En agosto de 1984 existían treinta de esas provincias, y cada administración provincial hacía llegar los servicios estatales esenciales a las personas fuera de las principales ciudades.

Más fundamentalmente, el CNR promovió lazos más estrechos entre el estado reformado y una ciudadanía recién movilizada. En su primera transmisión de radio como presidente, Sankara apeló a todos, “hombre o mujer, joven o viejo”, para formar organizaciones populares conocidas como Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Elegidos directamente por asambleas generales abiertas a todos los residentes de un vecindario o aldea en particular, miles de CDR pronto se extendieron por todo Burkina Faso. Los comités locales eran genuinamente populares, llenos de personas de orígenes sociales humildes, y no sólo de unos pocos residentes educados.

Oficina de un Comité de Defensa de la Revolución (CDR) en Uagadugú, Burkina Faso, en marzo de 1985. Sankara hizo un llamado a todos, “hombre o mujer, joven o viejo”, para que establecieran estas organizaciones populares. El letrero dice: ‘CDR Permanencia. Lugar para la consulta, la concertación y la organización del trabajo revolucionario. (Foto: Ernest Harsch)

Poco después de la toma del poder en agosto de 1983 empezaron a darse movilizaciones laborales colectivas en muchas partes del país. En un principio las llamadas procedían de las autoridades centrales, pero a nivel local solían ser iniciadas y organizadas por los CDRs.

Durante los primeros años, las comunidades movilizadas emprendieron una serie de proyectos: limpieza de los patios en escuelas y hospitales, caminos de grava, construcción de mini represas para capturar o canalizar el agua escasa para el riego agrícola y, cuando se pudieron asegurar los materiales de construcción, la construcción de escuelas, centros comunitarios, teatros y otras instalaciones. Los esfuerzos de los residentes a veces excedían la capacidad del gobierno para llevarlos a cabo. “Cuando le pedimos a una provincia que construya cuatro escuelas, terminan construyendo doce”, comentó Sankara . “Esto causa problemas, ya que tenemos que proporcionar las sillas, las mesas, la tiza, el maestro de escuela, etc.—tal vez sea mejor así, que la gente sea celosa, que esté comprometida y entusiasmada—y no que retrocedan”.

Después de un par de años, el ritmo de las movilizaciones se ralentizó un poco en Uagadugú y otras grandes ciudades, pero mantuvieron un ritmo constante en el campo. Durante visitas de este reportero a las zonas rurales del centro, norte y este de Burkina Faso entre 1985 y 1987 me encontré con movilizaciones constantes para conservar las áreas agrícolas, construir depósitos de agua a pequeña escala y enseñar a los adultos a leer y escribir.

Las movilizaciones, además, no eran un monopolio de los CDR. Las relaciones con la mayoría de los sindicatos eran complicadas y a veces se volvían tensas, principalmente debido a las políticas de austeridad del CNR. Pero decenas de nuevas organizaciones de ayuda mutua surgieron en todo el país, muchas de ellas sin ninguna conexión directa con el gobierno central.

Forjando una nación

Al igual que muchos países africanos, Burkina Faso alberga una multiplicidad de grupos étnicos e idiomas—un total de sesenta más o menos. Históricamente, los mossi a menudo dominaban porque comprenden aproximadamente la mitad de la población, están estratégicamente ubicados en el centro del país y tenían una ventaja debido a los lazos de sus jefes con la antigua administración colonial. Afortunadamente, las relaciones sociales entre los mossi y otros pueblos han sido generalmente cordiales y la violencia étnica relativamente inusual.

El CNR se dedicó conscientemente a acercar a estos grupos heterogéneos para forjar una identidad más común. El mismo consejo gobernante reflejaba la diversidad de Burkina Faso, con miembros de los Mossi, los Bobo, los Gourounsi, los Peulh y otros. El propio Sankara era de un subgrupo conocido como Silmi-Mossi, de ascendencia mixta Mossi y Peulh (anteriormente considerada como de bajo estatus social por los jefes tradicionales de los Mossi y los Peulh).

El nuevo nombre del país proyectaba ese objetivo. Era africano, en contraposición a un nombre artificial tomado de la lengua colonial (como “Haute-Volta”, o Alto Volta). Y al usar palabras de las lenguas de los Mossi y los Dioula (con el sufijo “bè” en burkinés proveniente del Peulh), también era explícitamente pan étnico.

Antes, esa diversidad era generalmente ignorada. El idioma del gobierno, los medios nacionales y la educación era el francés, y se realizó poca investigación sobre las lenguas indígenas. Pero con el CNR, las noticias y los programas culturales en la única estación de televisión se llevaban a cabo no solo en francés, sino también en mooré (el idioma mossi) y ocasionalmente en otras lenguas. La radio siguió siendo el principal medio de comunicación de masas, rebasando las ciudades más grandes y llegando al campo. La cadena nacional de radio transmite regularmente en once lenguas indígenas, además del francés. Sin embargo, debido a la escasez de material impreso en los idiomas africanos, la escolarización formal tuvo que continuar en francés.

Manifestación de agricultores pobres de Pibaoré en Burkina Faso en octubre de 1987. La pancarta en mooré, el idioma de los Mossi, dice: ‘Agricultores de Burkina Faso: azadas ayer, azadas hoy, maquinaria mañana’. (Foto: Ernest Harsch)

El esfuerzo más ambicioso por promover la forma escrita de las lenguas indígenas fue la campaña nacional de alfabetización en 1986. Tenía un doble propósito: alfabetizar y empoderar a los miembros de las asociaciones campesinas para que desempeñaran funciones de liderazgo más efectivas. Unos 30 mil aldeanos recibieron enseñanza exclusivamente en nueve lenguas indígenas. A pesar de muchos problemas logísticos, aproximadamente la mitad logró adquirir una alfabetización funcional.

Sin embargo, no todas las tensiones étnicas pudieron superarse, especialmente cuando coincidían con las diferencias sociales. En el norte, por ejemplo, muchos ganaderos semi-nómadas son Peulh, mientras que la mayoría de los agricultores asentados son Mossi o de otras etnias. Cuando había disputas sobre la tierra o las fuentes de agua, a veces estallaba la violencia, a menudo coincidiendo con líneas étnicas, un problema que persiste hasta el día de hoy.

Sin embargo, a pesar de tales tensiones, la identidad nacional burkinesa forjada en la era revolucionaria se ha mantenido en gran medida. Muchos ciudadanos han adquirido un sentido de orgullo por su identidad específicamente africana y la diversidad cultural de su país. Décadas después del ocaso de la revolución, sectores significativos de la población se identifican claramente como ciudadanos de Burkina Faso, como burkineses. Una encuesta realizada en la década del 2000 por el proyecto de investigación AfroBarometer preguntó a los encuestados si tenían una identidad más nacional o más étnica. Casi el 50 por ciento dijo que se identificaba solamente como burkinés, y otro 8 por ciento como más nacional que étnico.


(La segunda de los dos partes viene pronto.)


Ernest Harsch es periodista e investigador en el Instituto de Estudios Africanos de Columbia University en Nueva York. Ha viajado a Burkina Faso, Ghana, Sudáfrica y más de una docena de otros países africanos en tareas periodísticas y de investigación. Ha escrito sobre Burkina Faso desde los primeros días de la revolución en la década de 1980. Ha visitado Burkina Faso seis veces, y entrevistó o tuvo conversaciones con Sankara en media docena de ocasiones antes del golpe de Estado de 1987 que truncó la vida del líder revolucionario. Sus libros más recientes incluyen: Thomas Sankara: An African Revolutionary (Ohio University Press, 2014) y Burkina Faso: A History of Power, Protest and Revolution (Londres: Zed Books, 2017). Entre otras obras, también es autor de South Africa: White Rule, Black Revolt (Monad Press, Nueva York, 1980. 1983).


Para más información:

Sennen Andriamirado, Il s’appelait Sankara, París: Jeune Afrique livres, 1989.

Ernest Harsch, Thomas Sankara: An African Revolutionary, Athens, OH: Ohio University Press, 2014.

Ernest Harsch, Burkina Faso: A History of Power, Protest and Revolution, Londres: Zed Books, 2017.

Bruno Jaffré, Biographie de Thomas Sankara: La patrie ou la mort…, 2ª edición, París: L’Harmattan, 2007.

Amber Murrey (ed.), A Certain Amount of Madness: The Life, Politics and Legacies of Thomas Sankara, Londres: Pluto Press, 2018.

Brian J. Peterson, Thomas Sankara: A Revolutionary in Cold War Africa, Bloomington: Indiana University Press, 2021.

Thomas Sankara, Thomas Sankara Speaks: The Burkina Faso Revolution, 1983-87, 2ª edición, Nueva York: Pathfinder Press, 2007.


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