
En el momento en que el juez a cargo del tribunal militar leyó los veredictos de culpabilidad contra los once asesinos acusados de matar a Thomas Sankara, el líder revolucionario de Burkina Faso, los presentes en la sala del tribunal estallaron en aplausos. A medida que la noticia corría por la capital, Uagadugú, los conductores de automóviles empezaron a tocar sus bocinas y los jóvenes empezaron a bailar en las calles. Algunos corearon: “¡La patrie ou la mort, nous vaincrons!” (Patria o muerte, venceremos), la consigna del gobierno revolucionario de Sankara. Una procesión de activistas y grupos juveniles depositó flores en un espacio conmemorativo dedicado a Sankara y a los doce ayudantes que junto con él fueron asesinados durante el golpe militar de 1987. Muchos pensaron que nunca llegaría el día. Entre otras razones porque el principal acusado era Blaise Compaoré, quien aplastó la revolución de Sankara y luego gobernó el país con mano de hierro y con impunidad total durante los siguientes 27 años. Pero el derrocamiento del mismo Compaoré tras una insurrección popular en el 2014 lo dejó expuesto a la posibilidad de que algún día tuviera que responder por sus crímenes. Así que huyó a Costa de Marfil, un país vecino, fuera del alcance del sistema judicial de Burkina Faso, el cual se vio obligado a juzgarlo en ausencia. Aún así, la cadena perpetua para Compaoré y las sentencias de los otros condenados desde los tres años hasta la cadena perpetua fueron causa de cierta satisfacción para el gran número de burkineses que veneran a Sankara.