Marxismo

¿Reforma o revolución? Un debate (III) – Las lecciones de Chile



Por Geoff Mirelowitz

28 de octubre del 2021—El 11 de septiembre se cumplieron 48 años desde el sangriento golpe militar, respaldado por Washington, que en 1973 derrocó al gobierno electo de la Unidad Popular en Chile liderado por Salvador Allende.

El 12 de septiembre Jacobin, una revista que se describe a sí misma como “una voz prominente de la izquierda estadounidense que ofrece perspectivas socialistas sobre la política, la economía y la cultura”, publicó una entrevista de Mia Dragnic con Tomás Moulian titulada “Salvador Allende fue derrocado porque su gobierno demostró que Chile podía ser transformado”. Moulian es sociólogo actualmente. Según Jacobin, fue “uno de los principales militantes del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU Obrero Campesino), un partido de izquierda que jugó un papel clave en el gobierno de unidad popular de Allende”, y fue “precandidato del Partido Comunista en las elecciones presidenciales del 2005”.

El artículo de Eric Blanc, “Los socialistas debemos sacar las lecciones correctas que imparte la revolución rusa”, también apareció originalmente en Jacobin en julio.

A primera vista estos dos artículos pueden parecer no estar relacionados. Blanc no habla de la derrota en Chile y la entrevista de Moulian no se refiere al artículo de Blanc. Sin embargo, ambos plantean las mismas disyuntivas: ¿Cómo es posible dirigir una lucha para poner fin a los males del capitalismo y transformar a la sociedad para abrir el camino al socialismo? ¿Es necesario, para lograr este objetivo, hacer una verdadera revolución dirigida por la clase obrera?

“La tarea central, y el dilema político clave”, argumenta Blanc, “es cómo luchar por reformas transformadoras que fortalezcan y unifiquen a la clase trabajadora, especialmente de tal manera que abran, en lugar de cerrar, otras vías que organicen más todavía a los trabajadores para que puedan sobreponerse a la dominación capitalista”.

Moulian argumenta que la experiencia del gobierno de Allende confirma que esto se logró en Chile. Continúa diciendo: “La lección fundamental de los años de la Unidad Popular es que, a pesar de todo, vale la pena tratar de transformar la sociedad chilena”.

En cierto sentido, eso es indiscutible. En los casi 50 años que han transcurrido desde los acontecimientos en Chile, la clase capitalista en todos los países ha demostrado una y otra vez que no ofrece soluciones a las crisis que enfrentan los trabajadores. Hoy el capitalismo intensifica la explotación que nos convierte en víctimas de su sistema, mientras que los dueños multimillonarios de propiedad acumulan más riqueza a nuestra costa. Por lo tanto “a pesar de todo”, siempre “vale la pena tratar” de transformar todas las sociedades desfiguradas por el sistema de ganancias. La alternativa es aceptar el mundo tal como lo es hoy en día.

No debería haber debate entre los socialistas sobre la necesidad de luchar por reformas en cualquier sociedad capitalista. Mejorar las condiciones inmediatas de los trabajadores es clave en la lucha por el socialismo. Pero los socialistas también deben decirles a sus compañeros de trabajo la verdad: mientras la clase capitalista tenga el poder político, ninguna reforma está garantizada ni es verdaderamente transformadora.

¿Qué estrategia puede lograr un cambio genuinamente transformador? Tanto Blanc como Moulian ofrecen respuestas erróneas. Blanc aboga por una “orientación que consistentemente busque ganar una mayoría socialista en el parlamento y democratizar el Estado existente”. Moulian dice que ese fue el camino correcto en Chile, a pesar de que terminó en desastre.

En el artículo “¿Cuáles son las lecciones correctas para los socialistas?” Mike Taber le respondió a Blanc. En la introducción a la publicación de ese debate[1], los editores de World-Outlook señalaron algunas de las importantes lecciones políticas que Fidel Castro extrajo de la experiencia chilena. El líder cubano lo hizo en discursos y entrevistas durante su visita de 25 días a Chile en 1971, y nuevamente, después del golpe y la muerte de Allende en 1973.

Tropas chilenas disparan contra La Moneda, el palacio presidencial en Santiago, la capital del país, el 11 de septiembre de 1973, cuando un brutal golpe militar respaldado por Estados Unidos derrocó al gobierno dirigido por Salvador Allende. (Foto: AFP)

Por eso es uno de los puntos bajos de la entrevista de Moulian cuando dice:

“Lo más importante que hizo [Castro] en ese entonces fue adoptar una posición sobre la vía chilena hacia el socialismo. Habló a favor de ella y expresó su admiración, con todas las diferencias que representaba con respecto a la experiencia cubana.

“Castro esencialmente dijo que el camino tomado era el único camino que la revolución chilena podía tomar: siendo Chile un país democrático, dijo, la transición pacífica e institucional al socialismo era la correcta”.

¿Qué fue lo que dijo Fidel?

Eso no es cierto, como cualquiera puede ver claramente leyendo las palabras mismas de Fidel.

Colección de discursos de Fidel Castro sobre Chile, década de 1970. (Fidel Castro on Chile)

“Esto debe entenderse claramente”, dijo Castro ante una reunión en la Universidad de Concepción el 18 de noviembre de 1971, “un proceso aún no es una revolución. Un proceso es un camino; un proceso es una etapa que está comenzando”.

“Cuando ganó la Unidad Popular, hubo muchos peligros, muchos obstáculos”, explicó Fidel en un discurso en la Universidad Técnica del Estado. “La victoria electoral fue como una puerta ligeramente entreabierta”.

Es cierto que expresó su confianza en que los peligros en Chile podrían ser superados. La experiencia cubana, reconoció, “fue diferente a la de ustedes”. Continuó: “No creo que haya un camino fácil hacia la revolución, pero sé que ustedes los chilenos encontrarán una solución a todos estos problemas”. Insistió, sin embargo, en una idea más fundamental: “Por supuesto, es un axioma político que no puede haber revolución sin la destrucción total del viejo estado burgués“. (El subrayado es mío.)

Moulian y Blanc divergen marcadamente de las conclusiones de Fidel, que están al centro de nuestro desacuerdo en el debate con Blanc.

¿Qué hizo la revolución cubana?

Estas diferencias no son principalmente teóricas. Su importancia práctica puede entenderse si observamos algunos pasos que la revolución cubana dio para destruir el viejo estado burgués. Joseph Hansen los describió claramente en su libro Dinámica de la Revolución Cubana – Una apreciación marxista (Dynamics of the Cuban Revolution – A Marxist Appreciation.)

“En enero de 1959”, escribió Hansen, “cuando el pueblo de Cuba entró y tomó el poder en todas las ciudades del país… celebraron tribunales ciudadanos, donde sometieron a juicio a estos criminales, a estos carniceros del régimen de Batista”.

El nuevo gobierno cubano, explicó Hansen, “Primero… aseguró su posición como gobierno aplastando a las viejas fuerzas armadas y policiales. Las suplantó”, continuó, “con el ejército rebelde, una nueva policía reclutada en gran parte de las filas de los combatientes revolucionarios, y más tarde estableció una milicia popular, casi en su totalidad de composición proletaria y campesina”.

Algunos funcionarios políticos capitalistas ocupaban todavía posiciones prominentes en el gobierno cubano mientras ésta adoptaba estas medidas. “Estos funcionarios se volvieron contra el gobierno o fueron expulsados, siendo reemplazados por partícipes activos en la guerra civil que recién había ocurrido” contra el ejército de Batista, explicó Hansen, “por jóvenes e inexpertos que fueran en sus nuevos deberes”. Uno de esos cambios marcó el significado político de estos pasos. En noviembre de 1959 el Che Guevara, uno de los líderes centrales de la lucha revolucionaria, reemplazó a Felipe Pazos como jefe del Banco Nacional de Cuba, mientras se desempeñaba también como ministro de la industria.

Los líderes revolucionarios cubanos Ernesto Che Guevara (izquierda) y Fidel Castro en 1961. (Foto: Alberto Korda)

Estas medidas estaban íntimamente conectadas con otras, como la verdaderamente radical Ley de Reforma Agraria del 17 de mayo de 1959. La destrucción del viejo Estado burgués convenció a los obreros y campesinos de Cuba de que no se iba a permitir que los capitalistas y los terratenientes obstaculizaran las medidas verdaderamente transformadoras que la revolución había prometido. El contraste con lo ocurrido en Chile no podía ser más nítido.

¿Existe un “camino pacífico” hacia el socialismo?

Fidel entendió y explicó un hecho que los defensores de las reformas del capitalismo no entienden. Si bien una transición pacífica al socialismo es deseable, la historia nos enseña que una estrategia basada en esa esperanza solamente puede conducir al tipo de derrota sangrienta sufrida en Chile.

En una conferencia de prensa el 3 de diciembre de 1971, Fidel dijo que “los revolucionarios no son los inventores de la violencia. Fue la sociedad de clases a lo largo de la historia la que creó, desarrolló e impuso su sistema, siempre a través de la represión y la violencia”.

Aquellos que buscan cambiar la sociedad no escogen si la violencia va a estallar mientras se hace ese cambio. Fidel insistió en este punto en su discurso de despedida en el estadio nacional de Santiago de Chile el 2 de diciembre de 1971:

“Todos los sistemas sociales y sociedades obsoletas se han defendido cuando están en peligro de extinción. Se han defendido con tremenda violencia a lo largo de la historia. Ningún sistema social se resignó a desaparecer de la faz de la tierra por su propia voluntad”.

Fidel sabía muy bien que en Chile lo que se intentaba era utilizar las instituciones del Estado capitalista existente, de la misma manera en que aboga Eric Blanc 50 años más tarde. Por esa razón, Fidel explicó en la conferencia de prensa del 3 de diciembre: “El pueblo necesita avanzar y si se les cierran los caminos democráticos, los llamados caminos democráticos establecidos por las instituciones de la clase dominante, entonces serán los opresores y los privilegiados quienes le mostrarán al pueblo qué camino deben tomar, como siempre ha sucedido. Si los opresores y los privilegiados bloquean todos los caminos, incluso los caminos que se han abierto, no habrá otra alternativa para el pueblo que la de la violencia revolucionaria”.

Subrayó este punto en el estadio nacional. “¿Qué hacen los explotadores cuando sus propias instituciones ya no garantizan su gobierno?… Simplemente siguen adelante y las destruyen”. Aquellos que abogan por la reforma del capitalismo, en oposición a una transformación revolucionaria, ignoran este hecho. La clase capitalista no dudará, incluso en condiciones de relativa democracia burguesa, en destruir sus propias instituciones democráticas cuando éstas no sirvan sus necesidades.

Fidel luego entabló un diálogo con la gran multitud, cuando sus respuestas le indicaron que estas lecciones no estaban siendo entendidas.

“Todo proceso revolucionario le enseña al pueblo en pocos meses cosas que, de lo contrario, le llevaría decenas de años aprender. Esto implica una pregunta: ¿Quién aprenderá más y antes? ¿Quién desarrollará más conciencia más rápido? ¿Los explotadores o los explotados? ¿Quién aprenderá más rápido de las lecciones que imparte este proceso? ¿El pueblo o los enemigos del pueblo?”, preguntó.

“¡El pueblo!”, exclamó la multitud.

arios del presidente de Chile, Salvador Allende, se manifiestan en las calles de Santiago el 12 de septiembre de 1970. La pancarta dice: “Allende, si los ‘momios’ te atacan, el pueblo te defiende”. Momios era el apodo que los partidarios de la Unidad Popular usaban ampliamente para referirse a las fuerzas derechistas. (Foto: Keystone-France)

Fidel no está de acuerdo con las masas

“Entonces permítanme decir que esta vez no estoy de acuerdo con las masas”, respondió Fidel.

Luego se refirió a los informes de prensa de que un funcionario estadounidense de alto rango había predicho que “los días del gobierno popular en Chile están contados”. Fidel preguntó: “¿En qué se basa esta seguridad?”

Sólo el pueblo chileno podía dar la respuesta, dijo, pero luego pidió permiso a la multitud para expresar su propia opinión “sobre cuestiones de concepto”. Continuó: “Digo que esa seguridad se basa en la debilidad de este proceso revolucionario, en la debilidad de la batalla ideológica, en la debilidad de la lucha de masas, en las debilidades mostradas frente al enemigo. El enemigo exterior, que apoya al enemigo interior, está tratando de aprovechar la más mínima grieta, la más mínima debilidad”.

Fidel luego señaló, casi dos años antes del trágico golpe, las señales de peligro que vio. “Hay innumerables ejemplos de esto”, dijo. “Estás pasando por ese período en el proceso en el que los fascistas, para llamarlos por su nombre correcto, están tratando de golpearte en las calles, están tratando de sacarte de los estratos medios de la población”.

Ese proceso se intensificó en los dos años siguientes. Los pequeños comerciantes se declararon en huelga contra los esfuerzos del gobierno por buscar productos que estaban siendo acaparados. Las mujeres de clase alta y media salieron a las calles culpando al gobierno por la escasez de artículos de primera necesidad. Las fuerzas fascistas y otras fuerzas de derecha comenzaron a sublevarse y llevar a cabo ataques violentos, inclusive bombardeos, asesinatos y otras provocaciones. Los empleadores de derecha, sobre todo los propietarios de autobuses, dirigieron “huelgas” que paralizaron la economía. Mientras tanto la prensa capitalista mentía sin cesar sobre la Unidad Popular y el movimiento obrero. Detrás de todo esto estaba la mano del imperialismo estadounidense; el “enemigo exterior” al que se refería Fidel.

Llega el momento de la decisión

Los acontecimientos se encaminaban hacia un enfrentamiento. El resultado reveló que Fidel estaba en lo cierto al señalar la debilidad del proceso revolucionario y la falacia de que el supuesto control del aparato legislativo y administrativo del Estado capitalista sería capaz de impedir un golpe militar violento. En su entrevista en Jacobin, Moulian lo reconoce sin darse cuenta.

Hace referencia al bombardeo del palacio presidencial de La Moneda por parte de la Fuerza Aérea de Chile. “Es importante subrayar que, militarmente hablando, el bombardeo no tenía ningún sentido en absoluto”, dice Moulian. “La Moneda ya había sido derrotada por todas las ramas de las fuerzas armadas, que para entonces se habían unido para derrocar al gobierno. Ya no había forma de resistir”.

El golpe comenzó a las 7:00 de la mañana del 11 de septiembre de 1973 con la toma de la ciudad de Valparaíso, un puerto y base naval. Tras el bombardeo de La Moneda, los últimos defensores se rindieron a las 14:30 horas del mismo día, en menos de ocho horas. No hubo una resistencia efectiva porque ni se preparó ni se organizó una resistencia política efectiva.

Hablando ante una gran multitud en La Habana a finales de ese mes, Fidel habló sobre los eventos chilenos. Uno de sus puntos más elementales se refería a un rifle que le había regalado a Allende en 1971. “Si cada trabajador y cada agricultor hubiera tenido un rifle en sus manos como él”, explicó Fidel, “¡no habría habido ningún golpe fascista!”

Fidel Castro (izquierda) y Salvador Allende, palacio presidencial de La Moneda, Santiago, Chile, 1971. (Foto: Diego Goldberg)

Esto ilumina uno de los argumentos claves de Eric Blanc. Él cita la estrategia adoptada por el líder socialdemócrata alemán Karl Kautsky después de haber roto con la tradición revolucionaria del marxismo. “Kautsky argumentó que éste camino”, el camino de la reforma que Blanc defiende hoy en día, “requeriría en algún momento la elección de una mayoría socialista al parlamento, y que este cuerpo sirviera como piedra angular del gobierno de los trabajadores”, escribió Blanc.

“De esta manera Kautsky rechazó la relevancia de una estrategia insurreccional para regímenes parlamentarios, donde la mayoría de los trabajadores tratarían de valerse de los canales democráticos vigentes para promover sus intereses”, agregó Blanc.

En un debate anterior con Blanc en 2019, Mike Taber descartó la idea de que una estrategia revolucionaria y una “estrategia insurreccional” son idénticas.

“En primer lugar, Lenin y el incipiente movimiento comunista nunca presentaron una ‘estrategia insurreccional'”, explicó Taber. “Su estrategia tenía la meta de movilizar al proletariado y a sus aliados en torno a la lucha por sus intereses de clase, y encaminarlo hacia la conquista del poder político y el derrocamiento del gobierno de la burguesía. Con este fin utilizaron todos los métodos. También reconocieron el hecho de que el socialismo no podía hacerse realidad a base de reformas; sería imprescindible una revolución para derrocar el aparato político del capitalismo. [El subrayado es mío.] Esta revolución llevaría a la dictadura del proletariado, basada en un sistema de democracia obrera semejante a los soviets.

“No hay una ‘estrategia leninista de insurrección’ específica”, dijo Taber, “como tampoco hay una estrategia leninista para las huelgas, las manifestaciones, los piquetes, los mítines de protesta, los círculos de estudio o para recaudar fondos”, escribió. Para leer el artículo completo usa este enlace.

Blanc ignora una lección de la Revolución Rusa

La revolución rusa de 1917 también se enfrentó al peligro de un golpe militar contrarrevolucionario. En julio Lavr Kornilov, un general zarista, fue nombrado jefe de las fuerzas armadas rusas por Alexander Kerensky. Líder de un partido que se autodenominaba “Social Revolucionario”, Kerensky era entonces primer ministro del Gobierno Provisional, un gobierno capitalista que tomó el poder en febrero tras el derrocamiento del zar, iniciando un periodo de derechos democráticos más amplios. En agosto Kornilov organizó una marcha en Petrogrado, la capital rusa, con el objetivo de imponer una dictadura militar y poner fin al proceso revolucionario que se había puesto en marcha en febrero.

A diferencia de Pinochet en Chile, Kornilov y sus seguidores fueron derrotados contundentemente. Sobrepasa el alcance de este artículo hacer un recuento de esa importante historia. Afortunadamente, la Historia definitiva de la Revolución Rusa por el líder revolucionario ruso León Trotsky está disponible tanto en forma impresa como en línea. Use este enlace para leer el capítulo titulado “La insurrección de Kornilov”.

Lenin, Trotsky y el Partido Bolchevique que ellos dirigían, actuaron con la misma convicción política que Fidel había planteado ante los trabajadores chilenos más de 50 años después. Las instituciones del Estado capitalista no son el instrumento más confiable para derrocar al capitalismo y abrir el camino al socialismo. De hecho, cuando los trabajadores ganan reformas importantes bajo un régimen capitalista, como en Rusia en 1917 y en Chile en 1971, la clase capitalista, tal como explicó Fidel, “simplemente siguen adelante y las destruyen… cuando sus propias instituciones ya no garantizan su gobierno”.

Este concepto no es nuevo. En 1871 Karl Marx escribió “La Guerra Civil en Francia”, evaluando la experiencia de la Comuna de París, el primer gobierno obrero en la historia del mundo. “La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la maquinaria del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines”, dijo Marx, extrayendo una lección clave de esos acontecimientos.

Marx explicó la naturaleza del gobierno al que se enfrentaron los trabajadores revolucionarios de París. La Revolución Francesa comenzó en 1789 y derrocó a la monarquía y al feudalismo. “Durante los regímenes siguientes, el gobierno, puesto bajo el control del parlamento—es decir, bajo el control directo de las clases poseedoras”, señaló Marx, “cambiaba simultáneamente con los cambios económicos operados en la sociedad. Al paso que los progresos de la industria moderna desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, el poder estatal fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de fuerza motriz del despotismo de clase.

“Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases”, continuó Marx, “se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del poder del Estado”.

Es por esta razón que los trabajadores no pueden esgrimir la vieja maquinaria del estado para el “cambio transformador”, como piensa Blanc. Más bien, como explicó Fidel, un proceso revolucionario debe organizar y movilizar a los trabajadores para tomar el poder político, destruir “el viejo estado burgués” y reemplazarlo por uno propio.

En su diálogo en el estadio nacional de Santiago, Fidel señaló “la debilidad de la batalla ideológica” que debían enfrentar los trabajadores y sus aliados para poder triunfar. ¿A qué se refería?

Para que una revolución tenga éxito, hay que ganar el apoyo de la mayoría de la clase obrera a una perspectiva revolucionaria. Eso incluye comprender la diferencia esencial entre la reforma del capitalismo y el cambio revolucionario. El Manifiesto Comunista lo resume de esta manera: Los comunistas “combaten por los intereses y los fines inmediatos de la clase obrera”. Al mismo tiempo, insistieron Marx y Engels, “jamás, en ningún momento, se olvida este partido de despertar entre los obreros una conciencia clara y limpia del antagonismo profundo que existe entre la burguesía y el proletariado”.

La diferencia clave en el debate con Eric Blanc y para comprender la derrota en Chile no es si los revolucionarios deben luchar por las reformas. Ese es un punto de partida necesario. Una serie de reformas, sin embargo, no pueden poner fin al dominio del capital. La clase capitalista nunca va a aceptar la erosión cada vez más profunda de su poder y sus privilegios, ni la transformación genuina del estado que ha creado para imponer su dominación. La ilusión de que es posible una transformación pacífica, de que la clase dominante no usará la violencia más horrorosa si sufre reveses en las elecciones, es precisamente la advertencia sobre la “debilidad ideológica” que hizo Fidel al pueblo chileno.

Fidel expresa su firme conclusión en el discurso que pronunció el 28 de septiembre de 1973 en La Habana. “La experiencia guatemalteca, la experiencia salvadoreña, la experiencia chilena, la experiencia boliviana, ¿qué nos han enseñado?”, preguntó Fidel. “Que sólo hay un camino: la revolución. Que sólo hay un camino: la lucha armada revolucionaria”.

Y continuó, en lo que es una respuesta contundente a las posiciones tomadas por Moulian y Blanc, “La oligarquía, la reacción y el imperialismo utilizan todos estos supuestos mecanismos constitucionales, la supuesta democracia representativa, para engañar a los pueblos”. En los 48 años que han transcurrido desde entonces, no hay pruebas que pongan en duda esas conclusiones.


NOTAS

[1] Para las dos primeras partes del debate sobre “Reforma o Revolución”, publicado anteriormente por World-Outlook, véanse la parte 1 y la parte 2.


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