Palestina/Israel

El infierno de Israel en Cisjordania y la responsabilidad de los socialistas (I)



El siguiente artículo aparece en la edición de enero/febrero de 2024 de la publicación Against the Current (Contra la Corriente, o ATC por sus siglas en inglés). El autor, Alan Wald, es editor de esa publicación y desde 2016 ha sido miembro del Consejo Asesor Académico de Jewish Voice for Peace [Voz Judía por la Paz]. ATC es una revista patrocinada por la organización Solidaridad. Wald también es profesor emérito de Literatura Inglesa y Cultura Americana de la Universidad de Michigan en la ciudad de Ann Arbor.

Wald comienza su ensayo haciendo una reseña del libro de Nathan Thrall, que fue publicado recientemente (en inglés): A Day in the Life of Abed Salama: Anatomy of a Jerusalem Tragedy [Un día en la vida de Abed Salama: Anatomía de una tragedia en Jerusalén]. Desde ese punto de partida, Wald aborda algunas de las cuestiones políticas más urgentes que surgen del ataque cada vez más genocida de Israel contra Gaza en respuesta al horrible ataque del 7 de octubre dirigido por Hamás.

Wald escribe: “Sí, el antisemitismo del pasado fue horrible, y las nuevas formas en que se manifiesta siguen siendo una verdadera amenaza en el mundo, a lo cual hay que oponerse; pero los antecedentes del conflicto palestino-israelí son diferentes. Lo que ocurrió en el Holocausto fue que un grupo marginado e impotente se enfrentaba a la violencia estatal y a un ejército muy poderoso; hoy son los palestinos los que no tienen Estado propio y los israelíes los que tienen el ejército avanzado que tiene a los palestinos bajo asedio y ocupación”.

El artículo de Wald coincide con algunas observaciones importantes hechas hace más de 50 años por los académicos marxistas Isaac Deutscher y George Novack, y las amplifica a la luz de las décadas de la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza desde entonces, así como de la continua discriminación contra los ciudadanos palestinos de Israel.[1]

El funeral de un palestino en Cisjordania: un hecho cotidiano en 2023.

De particular interés es el fragmento que analiza “El derecho de resistencia” de los pueblos oprimidos. Wald explica: “Los radicales saben que el derecho a la lucha armada, que los palestinos sin duda poseen, no quiere decir que ‘todo se vale’. La resistencia palestina es necesaria, y debe defenderse la voluntad de luchar. Sin embargo, aprobar como robot lo que hizo Hamás tras su sorprendente fuga del encarcelamiento de Gaza es tan reprobable como respaldar los atentados suicidas de Hamás contra autobuses durante la Segunda Intifada del 2000 al 2005”.

El artículo de Wald va a ser de interés para cualquiera que se oponga al horror que se desenvuelve cada día hoy en Gaza, así como para todos aquellos interesados en aprender más sobre la historia de los problemas que hoy se nos plantean.

El artículo se republica con permiso del autor. El original apareció aquí. La introducción, los subtítulos adicionales, las fotos y leyendas añadidas y las notas a pie de página son de Panorama-Mundial. Debido a su extensión, publicamos el ensayo en dos partes, siendo esta la primera.


(Esta es la primera de dos partes. La segunda viene pronto.)


Por Alan Wald

Para los lectores que no conozcan a fondo el universo de sufrimiento que es la manera en que está estructurada la vida palestina en Cisjordania, prepárense para viajar a un infierno político creado por el ser humano al sumergirse en las páginas de Un día en la vida de Abed Salama del autor Nathan Thrall. El término “Cisjordania” se refiere a un área sin salida al mar del tamaño de Delaware, cerca del mar Mediterráneo, que ha sido controlada militarmente por el estado israelí desde que fue capturada de Jordania en la “Guerra de los Seis Días” en 1967.

Un día en la vida de Abed Salama es una historia inmersiva, apasionante e íntima de un accidente mortal en las afueras de Jerusalén, que en el transcurso de un día revelador y desgarrador desentraña toda una maraña de vidas, amores, enemistades e historias. Nueva York: Metropolitan Books, 2023. 255 páginas. También disponible (en inglés) como libro electrónico y audiolibro.

Desde entonces, los tres millones de palestinos residentes en Cisjordania han soportado una subyugación que circunscribe su vida cotidiana por medio de leyes que restringen el derecho a la circulación y regulan todo, desde dónde puede uno vivir hasta qué tarjetas de identificación personal puede uno tener; familias que viven a solo un kilómetro de distancia están separadas por muros de separación y puestos de control.

A esto se suma un control cada vez más estricto de la existencia cotidiana de los palestinos debido a violentas redadas nocturnas, arrestos, tiroteos, ataques aéreos, líneas militares de separación, la quema de tierras de cultivos, el vandalismo de propiedades y la construcción de más y más asentamientos israelíes. Debido a la alteración demográfica y al traslado de poblaciones, estos asentamientos se consideran ilegales en virtud del artículo 49 del Cuarto Convenio de Ginebra y de muchas declaraciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

A estas alturas tenemos ya todos los ingredientes de una olla a presión que va a explotar, y es imposible predecir lo que va a suceder en las próximas semanas y meses en relación con la actual situación en Gaza. Hay un repunte de violencia por los colonos, con cientos de palestinos muertos y el temor de iniciar una guerra más amplia.

La mayoría de la gente tiene sólo una imagen difusa de lo que es Cisjordania, que después de los Acuerdos de Oslo de 1993-95 quedó bajo el control civil parcial de la Autoridad Nacional Palestina (dirigida por Fatah, un partido político nacionalista y socialdemócrata) en ciertas áreas (aquellas conocidas como “A” y “B”). El diseño consiste en 165 “islas” de ciudades palestinas y campos de refugiados, rodeados por un área contigua de 230 “asentamientos” israelíes; estos últimos incluyen judíos supremacistas armados y dedicados fanáticamente a retomar completamente lo que insisten que son sus antiguas tierras ancestrales bíblicas de “Judea” y “Samaria”.

En el nuevo milenio Israel construyó una barrera que llaman la “Valla de Separación” y que los palestinos llaman el “Muro del Apartheid”; hoy alcanza 700 kilómetros de largo y atraviesa, rodea y aprisiona el territorio palestino bajo ocupación. Existen dos tipos de reglamentos: uno para los colonos, que son tratados con los plenos derechos de los ciudadanos israelíes, y otra para los palestinos, que se enfrentan a una serie de protocolos draconianos para los ocupados.

La situación tiene muchas similitudes con la Franja de Gaza, aunque desde 2005 Israel controla todos los accesos a Gaza por medio de un bloqueo y desde 2007 ha sido gobernada por Hamás (una escisión de los Hermanos Musulmanes islamistas suníes).

Después de construido el muro los palestinos han tenido que pasar horas esperando en las barreras para llegar de Belén a Jerusalén Este, a sólo 10 kilómetros de distancia, una parte de la Palestina ocupada con 361,700 palestinos y 234,000 colonos judíos israelíes.

Esta pesadilla burocrática se da en el contexto de un Estado israelí de 9,73 millones de habitantes (73,5% de ellos judíos) que es un éxito económico, la primera nación emergente del mundo con un PIB per cápita que supera a Francia y el Reino Unido. Es una superpotencia militar rica y con armas nucleares que se encuentra justo al lado de cinco millones de palestinos desposeídos y sin estado propio que viven en la más abyecta pobreza y desesperanza.

A medida que nos acercamos al final de la sexta década de esta ocupación ilegal de Cisjordania, uno bien podría esperar ver inscrita, en cualquier puerta de entrada de lo que equivale nada menos que a la grotesca promulgación israelí de la “biopolítica” de Foucault, el lema “Ustedes que aquí se encuentran, abandonen toda esperanza”. Foucault usó esta frase para describir cómo los Estados ejercen control sobre una gran población subyugada a través de instituciones que regulan a los seres individuales y los agrupan en categorías que deben ser administradas.

Sin embargo, sería un error ver la narrativa de Nathan Thrall, que no es ficción, como un simple depósito de traumas. Al fin y al cabo, hay momentos de afecto familiar y de camaradería, alegres celebraciones culturales y acciones de resistencia.

Es cierto que este guía por numerosas escenas dantescas de pavor y angustia en Un día en la vida de Abed Salama no es el poeta Virgilio de La Divina Comedia. Sin embargo Thrall, escritor judío estadounidense, es un hábil periodista y autor del aclamado libro The Only Language They Understand: Forcing Compromise in Israel and Palestine (2017) [El único lenguaje que ellos entienden: forzando la concertación en Israel y Palestina].

El único lenguaje que ellos entienden: forzando la concertación en Israel y Palestina (2017). Metropolitan Books. $11.99. Disponible en inglés como libro electrónico y audiolibro.

También fue director del think tank global del Proyecto Árabe-Israelí de tendencia izquierdista International Crisis Group [Grupo Internacional de Crisis]. A lo largo de sus 250 páginas de prosa bien elaborada y a menudo discreta, uno desciende al centro diabólico de un reino de muchas lesiones y humillaciones, pero la narrativa se basa en historias familiares convincentes y esclarecedoras.

El método consiste en presentar retratos biográficos detallados y matizados de palestinos y judíos por igual, que se recrean teniendo en cuenta las complejidades y contradicciones de todas las partes. Tal vez sea un enfoque que pueda alcanzar a gente que de otro modo parece tener los dedos en los oídos o responde de manera santurrona y con una instintiva actitud defensiva cuando uno plantea incluso la crítica más leve de la brutalidad del Estado israelí.

El meollo de la historia

Al centro de Un día en la vida de Abed Salama  se encuentra el relato de un terrible accidente de autobús que no fue simplemente “un accidente”, sino que se parece más a un resultado predecible debido a una historia de desigualdad y discriminación. El calamitoso suceso ocurrió en el año 2012 y resultó en la muerte y mutilación de decenas de niños palestinos que hacían una excursión escolar, entre ellos Milad Salama, el hijo de cinco años de Abed y Haifa Salama.

De por sí el autobús estaba matriculado ilegalmente, tenía veintisiete años de antigüedad, y su ruta transcurría por carreteras descuidadas y congestionadas, las denominadas “carreteras de circunvalación” o “carreteras del apartheid” consignadas a los palestinos, que son inferiores a las que usan los colonos. Las vías transitadas por el autobús de Milad carecían de iluminación, de cualquier tipo de presencia policial o incluso de la barrera que separa el carril del tráfico en sentido opuesto.

Después de chocar con un camión a remolque, el vetusto vehículo se volcó y estalló en llamas. Sin embargo, ningún personal de rescate israelí ni palestino se presentó a tiempo para ayudar y salvar vidas: “Cuando finalmente llegó una ambulancia palestina, la mayoría de los niños heridos ya habían sido evacuados [en autos privados de transeúntes palestinos]… El autobús seguía crepitando con llamas y había muchos gritos y conmoción. No había llegado ni un solo bombero, policía o soldado”. (101)

Según Thrall, la muerte de Milad y otras seis personas fue probablemente el resultado de estas y otras circunstancias socioeconómicas a las que se enfrenta la población palestina de Anata, una aldea en Cisjordania de la familia Salama que está rodeada en su mayor parte por una barrera de separación.

Los obstáculos que impidieron el rescate incluyen los muros de separación que no permitieron a la Autoridad Palestina acceder a la carretera donde se produjo el accidente; una fuerza policial israelí que habitualmente ignora a los palestinos en apuros; el sistema de pases especiales que impide a los padres palestinos viajar a los diversos hospitales de las diferentes zonas donde los niños han sido conducidos por otros palestinos en sus propios vehículos; y muchos otros.

Sin embargo, el libro ambiciona rebasar los orígenes del horrible evento para desentrañar lentamente una historia más amplia de esta arquitectura de separación; una que, en última instancia, se deriva de la Nakba, la “catástrofe” de despojo y desplazamiento masivo de palestinos por parte de los combatientes judíos durante la guerra de 1948, y la importantísima denegación del “derecho al retorno” que la acompañó.

Tras la muerte de Milad, las primeras sesenta y siete páginas dan, retrospectivamente, cuerpo y alma a la vida cotidiana de Abed, Haifa, y más de una docena de otros palestinos para dar una imagen más completa que logra una percepción y comprensión de una profundidad poco común.

Thrall pone al lector al seno de los acontecimientos y utiliza los verdaderos nombres de todos los individuos, excepto los de unos pocos. Esto nos permite ver cómo las características específicas de la opresión étnica empeoran mucho, y a propósito, lo que son problemas ordinarios de la humanidad: la frustración del amor romántico, la ambición no realizada, los celos, las rivalidades locales, las costumbres locales que son problemáticas, y la salud.

A medida que el libro avanza hacia la escena del “accidente” y lo que le sigue, Thrall se vale de esta técnica para exponer implícitamente las mentiras que conforman los elaborados mitos que hoy sostienen la mentalidad pro-israelí en Estados Unidos. Lo que él afirma queda documentado cabalmente al final del libro en la sección llamada “Fuentes”.

Por ejemplo, la narración de Huda Dahbour, madre de otra víctima, Hadi, y doctora empleada por la Agencia de Socorro y Obras Públicas de Naciones Unidas, nos da una descripción desgarradora de la Nakba que vivió su familia:

“Por medio de transmisiones de radio en árabe y camionetas equipadas con altavoces, las fuerzas judías dieron instrucciones de evacuar de inmediato. El batallón conquistador había recibido la orden de dar fuego con bombas incendiarias a “todos los objetivos que pudieran ser incendiados” y “matar a todos los árabes que encontraran”. Barriles llenos de trapos empapados con queroseno y equipados con dispositivos de ignición fueron lanzados cuesta abajo hacia las áreas palestinas… Gran parte de la ciudad fue objeto de limpieza étnica cuando comenzó la Pascua”. (89)

Mizrajíes y asquenazíes

Luego está la historia del asentamiento Adam, cerca de Anek’s Anata, que había sido creado en Cisjordania para los judíos mizrajíes pobres (del Medio Oriente y sefardíes) por el gobierno israelí y la Organización Sionista Mundial, financiada por los contribuyentes. En contraste con las miserables condiciones de los palestinos de Anata, que en su mayoría viven en un ghetto amurallado, los residentes de Adam tenían espaciosas villas unifamiliares con patios y vistas bucólicas.

Asentamiento israelí en Jerusalén Este, 1991. En contraste con las miserables condiciones de la mayoría de los palestinos en los territorios ocupados, muchos de los cuales viven en ghettos amurallados, los colonos sionistas tienen espaciosas villas unifamiliares con patios y vistas bucólicas. (Foto: Abbas / Magnum Photos)

Pero la historia que vemos narrada por medio de la vida del fundador Beber Vanunu está lejos de ser idílica. Si bien una pequeña proporción de judíos israelíes tiene una larga historia en Palestina (el 11% de la población era judía en la década de 1920), la ascendencia de más del 50% de la actual población israelí proviene del Medio Oriente y de África del Norte, que con frecuencia fueron refugiados de la persecución en países árabes, e incluso de la expulsión de sus países de origen.

El propio Beber nació en Casablanca en 1952, y su familia se trasladó de Marruecos a Israel dos años después. Allí se encontraron en un campamento de tránsito densamente poblado, cercado y custodiado por la policía, sin agua corriente ni saneamiento adecuado:

“La élite de Israel trató a los mizrajíes con desprecio… Los padres de más de mil niños mizrajíes acusaron al gobierno de informar falsamente de la muerte de sus bebés para luego entregarlos en secreto a padres asquenazíes [de origen europeo] que deseaban adoptar… Funcionarios israelíes habían justificado este engaño alegando que los mizrajíes eran ‘atrasados’ y que los secuestros se llevaron a cabo en ‘el mejor interés de los niños'” (150).

Después de abandonar los campamentos, algunos de los familiares de Beber se mudaron a casas que les habían sido robadas a los palestinos, mientras que él vivía con otras nueve personas en una habitación individual en una vivienda en Jerusalén, plagada de crimen y drogas. Luego vino un período de activismo de las Panteras Negras israelíes, un grupo radical mizrahí inspirado por el Partido de las Panteras Negras Afroamericano, que protestaba contra la discriminación étnica y de clase. También demostró tener cierta simpatía por la Organización para la Liberación de Palestina, un movimiento nacional secular fundado en 1964 para representar al pueblo palestino.

Posteriormente, Beber elaboró una propuesta para establecer un asentamiento mizrají en tierras de Cisjordania que pertenecían oficialmente a la aldea palestina de Jaba. En un dudoso esfuerzo por establecer buenas relaciones con sus vecinos, a medida que el asentamiento ilegal continuaba expandiéndose hacia el este les ofrecieron a los aldeanos de Jaba empleos como trabajadores domésticos y obreros (no como profesionales). Cuando ocurre el accidente del autobús, Beber ofreció sus condolencias colocando una gran pancarta expresando su pesar en el puesto de control de Jaba.

Los judíos asquenazíes, cuyos antepasados se habían asentado en Europa Central y Oriental y comprenden cerca de un tercio de la población israelí, están parcialmente representados por la historia de Dany Tirza. Dany, ex jefe de planificación estratégica en Cisjordania de las Fuerzas de Defensa de Israel (la Administración Arco Iris de las FDI), y luego arquitecto de la barrera de separación, era en el momento del accidente de autobús el líder del asentamiento judío construido en tierras que habían sido confiscadas a Anata. Había nacido en Galitzia (que entonces estaba en el oeste de Ucrania) en el seno de una familia dividida por diversas lealtades políticas y religiosas.

Los comprometidos con el judaísmo jaredí (ultraortodoxo) y que rechazaron el sionismo, murieron en el Holocausto; los alineados con su abuelo, un marxista-sionista de Hashomer Hatzair, se mudaron a Palestina y prosperaron. Su historia familiar nos recuerda que no puede comprenderse el sionismo contemporáneo sin considerar el asesinato de los judíos desde la época incluso anterior a los pogromos zaristas hasta los campos de concentración alemanes con su genocidio industrial.

Es decir, el sionismo no nació del antiguo judaísmo del Medio Oriente, sino de los judíos asquenazíes europeos de la Europa oriental y central en el contexto de la rivalidad entre sus nacionalismos raciales y étnicos.

La memoria de los ataques antisemitas

El recuerdo de los ataques antisemitas y el exterminio se incorporó al ADN sionista de los cientos de miles de supervivientes que llegaron desde Europa a la Palestina de mayoría árabe y multirreligiosa con el sueño de convertirla en un Estado judío nacionalista. Ahora se ha transmitido a sus descendientes, especialmente después de que las alusiones al Holocausto se convirtieron en una importante herramienta retórica para el gobierno sionista en la década de 1980, cuando trató de tachar la resistencia de la población autóctona de ser la reencarnación del pasado diabólico y antisemita en Europa.

La justificada invocación de esta anterior victimización de los judíos empezó entonces a ser utilizada para racionalizar el papel del Estado israelí después de 1948 como el victimario de los palestinos.

Otros relatos completan el cuadro desde muchos ángulos. Referencias a los efectos nocivos de los Acuerdos de Oslo pueden encontrarse a lo largo de la narración. Al principio, se nos dice: “De hecho, Oslo había promovido el objetivo de Israel de aferrarse a la máxima extensión de tierra con un mínimo de palestinos en ella”. (55)

El primer ministro israelí Yitzhak Rabin firma los acuerdos de Oslo frente a la Casa Blanca en Washington, D.C., el 13 de septiembre de 1993. Detrás de él están el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y Yasser Arafat, de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). “Oslo… promovió el objetivo de Israel de aferrarse a la máxima extensión de tierra con un mínimo de palestinos en ella”, explica Thrall en su libro.

Más tarde, Thrall explica: “… las vidas de los de adentro [los palestinos locales] solo empeoraron después de Oslo. Además de mayores restricciones a la circulación, el empleo se desplomó a medida que Israel sustituyó a los trabajadores palestinos por trabajadores extranjeros, reclutados en su mayoría en Asia… Las figuras cercanas a [Yasir] Arafat se embolsaron decenas de millones de dólares de dinero público, gran parte de él canalizado a través de una cuenta bancaria en Tel Aviv, y algunos incluso se beneficiaron de la construcción de asentamientos [judíos]”. (91)

Thrall concluye informando que, durante mucho tiempo después del accidente de autobús, Abed y su familia se abstuvieron de cualquier interacción social. Sus familiares más cercanos rara vez los veían. Luego, siete meses después del funeral de Milad, Abed borró todos los videos de su hijo, así como prácticamente todas las fotos. La comunidad misma quedó traumatizada; todos los palestinos de la zona sabían dónde estaban el día en que ocurrió el “accidente del autobús de Jaba”.

Sin embargo, este trauma también repercutió en circunstancias de creciente represión, donde la mayoría de los palestinos, incluso los niños, que son arrestados por un sinnúmero de pequeñas infracciones, son juzgados en tribunales militares. Después se les imponen largas sentencias, ya que muchos palestinos se ven privados de abogados defensores y del debido proceso jurídico en lo que muchos críticos llaman juicios militares fraudulentos.

Los ciudadanos israelíes, por supuesto, son juzgados en tribunales civiles, lo que pone de relieve un sistema de justicia desigual. Sin embargo, a lo largo de estas historias personales yuxtapuestas al contexto político, Thrall se enfoca más en las realidades vividas que en las posibles soluciones.

Hazañas de omisión

Al ir siguiendo a Thrall en el proceso de dibujar estas vidas en Un día en la vida de Abed Salama, me sentí continuamente provocado a buscar respuesta a la pregunta planteada al comienzo de esta reseña.

¿Cómo alcanzar a aquellos de nuestros conciudadanos que todavía se engañan pensando en el Estado israelí como un modelo democrático de “autodeterminación judía”? Su sesgo nacionalista les impide ver esta forma de Estado como un cruel régimen de apartheid dedicado a suplantar a la población árabe con una presencia colonial de asentamientos, por medio de un proceso que conocemos bien, aunque sea diferente en los detalles.

Thrall no lo dice explícitamente, pero cualquier lector informado puede ver en los Territorios Ocupados los feos paralelismos con la Sudáfrica supremacista blanca, y dentro de la infame “Línea Verde” que ha definido las fronteras internacionalmente reconocidas del estado israelí (supuestamente temporalmente) desde 1949, los parecidos con el sistema Jim Crow de segregación racial en el sur de Estados Unidos. Como Edward Said y otros han señalado, no se trata simplemente de un conflicto de dos minorías nacionales, sino también de un “colonialismo único”.

¿Cómo superar las proezas de omisiones históricas en la propaganda pro-israelí, tan ampliamente difundidas que perpetúan un pasado israelí ficticio? Se trata de una falsificación que omite la limpieza étnica de la población autóctona para proclamar en su lugar la milagrosa fundación en 1948 de un Estado moral y amante de la paz, asediado sobre todo por un antisemitismo estilo nazi entre los árabes.

Esta constante invocación de Hitler es una tergiversación deliberada de cuestiones complejas para anotarse puntos políticos, pero en la práctica el resultado es hacer que los palestinos paguen por los crímenes fascistas que ellos no perpetraron. Promueve la premisa de que la crisis actual debe contenerse por la fuerza sin ser resuelta por la justicia; que Israel, amenazado por otro Holocausto, tiene derecho a hacer cualquier cosa para sobrevivir.

Para aquellos de nosotros con una perspectiva socialista internacional la mentalidad resultante parece ser un rompecabezas sin solución: ¿Cómo pueden las personas cuyos antepasados fueron tan horriblemente oprimidos por los nazis ser tan ajenos a los derechos humanos y a las vidas de los demás? ¿Cómo puede entenderse su universo moral? Parece una paradoja dolorosa que no nos cabe en el cerebro, sugiriendo que no estamos bregando con algo racional.

Sí, el antisemitismo del pasado fue horrible, y sus nuevas manifestaciones siguen siendo una verdadera amenaza en el mundo a la que debemos oponernos; pero el origen del conflicto palestino-israelí es diferente. El Holocausto es la historia de cómo un grupo marginado e impotente se enfrentó a un ejército todopoderoso y a la violencia estatal; hoy son los palestinos los que se encuentran sin un estado propio y los israelíes son los que tienen el ejército avanzado que somete a los palestinos al asedio y la ocupación.

Además, cualquiera con acceso a mapas puede ver que la anexión progresiva se ha llevado a cabo durante generaciones, junto con una incesante destrucción violenta contra quienes un día fueron la mayoría de la población autóctona.

Impactante ataque de Hamás el 7 de octubre

El tema de cómo educar al público sobre la expansión sionista y el apartheid ha adquirido una mayor urgencia tras el brutal e impactante ataque del 7 de octubre por parte de Hamás, que Israel declara que incluyó a un 70% de civiles entre las aproximadamente 1,200 personas asesinadas. Persiste la incertidumbre sobre algunos detalles de la masacre; están en disputa las denuncias de decapitaciones por parte de Hamás, pero las pruebas de horribles violaciones y despreciables torturas sexuales por parte de Hamás o de otras facciones parecen creíbles, según un informe del New York Times del 5 de diciembre.

Independientemente de lo que se compruebe en última instancia, el asalto contra los civiles fue una atrocidad, que inmediatamente después dio lugar a un carnaval de venganza mucho más sangriento por parte del Estado israelí, que mientras escribo ya ha sobrepasado la cifra de 15,500 muertos y ha desplazado a 1,8 millones de palestinos (el 80% de Gaza).

De seguro los marxistas no comparten una visión del mundo con Hamás, pero que los partidarios de Israel denuncien a Hamás por cometer crímenes de guerra contra la humanidad, y luego den media vuelta y respalden que Israel cometa los mismos crímenes multiplicados por diez es suficiente para hacer que cualquier medidor de hipocresía se acerque al máximo. La cuestión de la matanza de civiles no puede eludirse en ninguno de los dos casos.

No importa si se intenta eludir esta realidad de aniquilación de familias enteras declarando que los atacados en Israel eran todos “ocupadores” (entre ellos las dos docenas de trabajadores y estudiantes agrícolas de Tailandia, Nepal y Filipinas, junto con algunos beduinos), o diciendo que los que están siendo asesinados en Gaza no son los verdaderos objetivos porque están siendo utilizados por Hamás como “escudos humanos”. En ambos casos se trata de frases diseñadas para ofuscar.

Las muertes de civiles son muertes de civiles, ya sea por granadas de mano lanzadas a un refugio o por bombas de una tonelada lanzadas sobre una ciudad y campos de refugiados. El atacar intencionalmente a civiles para amedrentar a una población es una definición de “terrorismo”, independientemente de si se lleva a cabo por los que están desesperados y tienen pocas opciones, o por el Estado más poderoso de la región. Eso no significa, por supuesto, que cualquier palestino que se defienda sea un “terrorista”.

Es necesario explicar el contexto del colonialismo de asentamiento que provocó este tipo de conducta despiadada por parte de un grupo, y enfatizar que, cuando las respuestas no violentas son duramente aplastadas y no se consideran legítimas, la opresión violenta produce una reacción violenta. Sin embargo, el aclarar algo no es lo mismo que respaldar un comportamiento específico que cualquier socialista debería aborrecer.

Es obvia la espantosa asimetría de la violencia israelí, pero el asesinato de bebés judíos en nombre de la “resistencia” y la “liberación” no es lo que defendemos. Y el hecho de que la crueldad sionista haya preparado el terreno para represalias feroces — que pueden verse en la mayoría de las rebeliones coloniales — tampoco significa que los palestinos aliados a Hamás carecen de agencia humana.

Es condescendiente y paternalista decir que Hamás no es responsable en absoluto por el 7 de octubre, como si fueran meros vectores condicionados a la Pávlov de una rabia inducida por Israel. El hecho de que haya pruebas de que el gobierno de Hamás en Gaza fue apoyado por el Estado israelí y no era apoyado por la mayoría de los palestinos es una parte fundamental de este panorama.


(Esta fue la primera de dos partes. La segunda viene pronto).


NOTAS

[1]  En una entrevista de 1967 por la revista New Left Review [Reseña de la Izquierda Nueva], Deutscher explicó: “Paradójica y grotescamente, los israelíes aparecen ahora en el papel de los prusianos del Medio Oriente. Ya han ganado tres guerras contra sus vecinos árabes. Del mismo modo, los prusianos derrotaron hace un siglo a todos sus vecinos en pocos años, los daneses, los austriacos y los franceses. La sucesión de victorias engendró en ellos una confianza absoluta en su propia eficiencia, una confianza ciega en la fuerza de sus armas, una arrogancia chovinista y un desprecio por otros pueblos. Me temo que una degeneración similar, porque es degeneración, puede estar teniendo lugar en el carácter político de Israel”.

Nuestros lectores pueden encontrar más información sobre los puntos de vista de Deutscher y Novack en el artículo de Panorama-Mundial ¿Cómo pueden sobrevivir los judíos? Una respuesta socialista al sionismo. Panorama-Mundial ha obtenido permiso del New Left Review para reimprimir la entrevista de 1967 con Deutscher. Aparecerá en las próximas semanas.


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