Derechos de la Mujer

¿Determina la biología el destino de las mujeres? (III)



Evelyn Reed (1905 – 1979) fue una erudita marxista que durante décadas también fue líder del Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos. Cuando falleció, un extenso artículo detallando su vida apareció en la edición (en inglés) del 6 de abril de 1979 del periódico The Militant:Evelyn Reed: luchadora marxista y feminista (p. 26).

Evelyn Reed

Reed fue “una de las principales exponentes del análisis marxista de los orígenes de la opresión de la mujer”, explicaba el artículo. “Como practicante del materialismo histórico ella hizo una contribución sustancial al marxismo sobre este tema”.

En 1951, Reed comenzó la investigación antropológica que eventualmente culminaría en su obra pionera, Woman’s Evolution: From Matriarchal Clan to Patriarchal Family (La evolución de la mujer: del clan matriarcal a la familia patriarcal). Completó el libro más de 20 años después; Pathfinder Press lo publicó en 1975.

Antes de la publicación del libro, Reed escribió muchos artículos sobre los orígenes de la opresión de la mujer y de la perspectiva marxista sobre cómo luchar para darle fin. Ahora Panorama-Mundial vuelve a publicar uno de esos artículos: “¿Determina la biología el destino de las mujeres?”

La investigación de Reed se basó en el trabajo que Friedrich Engels, uno de los fundadores del socialismo científico, había realizado previamente con Karl Marx. En el prólogo de su artículo Reed dice, en parte:

Muchas mujeres en el movimiento de liberación, especialmente aquellas que han estudiado El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado de Engels, han llegado a comprender que las raíces de la degradación y la opresión de la mujer surgen de la sociedad de clases. Sin embargo, las mujeres siguen sin estar seguras de si su estatus como el “género secundario” o inferior se ha mantenido, o pudiera o no deberse, a su constitución biológica. La biología y la antropología son de suma importancia para entender a la mujer y su historia. Ambas están tan fuertemente sesgadas a favor del sexo masculino que ocultan, en lugar de revelar, los hechos verdaderos sobre la mujer.

Reed, explicó el bosquejo biográfico en The Militant, “sentía un odio personal en particular por las leyes contra el aborto”. En la década de 1930 ella sobrevivió dos abortos ilegales, pero no pudo tener hijos. Líder del movimiento feminista en las décadas de 1960 y 70, fue fundadora de la Coalición Nacional de Acción de las Mujeres contra el Aborto y luchó por derogar las reaccionarias leyes del aborto en Estados Unidos.

Hoy, el derecho de las mujeres a elegir el aborto está bajo el ataque más feroz desde 1973, cuando en su fallo Roe vs. Wade la Suprema Corte reconoció este derecho bajo la ley federal. El fallo de la Suprema Corte de Estados Unidos el 24 de junio de 2022 que revocó a Roe no dejó lugar a dudas. Los tres editoriales recientes de Panorama-Mundial sobre el tema — “Punto de inflexión en la lucha por el derecho de las mujeres a elegir el aborto“,El aborto: derecho de la MUJER a elegir” y “¡Organízate, movilízate para defender el derecho de la mujer a elegir el aborto!” — describen los desafíos que este ataque presenta para todos los defensores de los derechos de las mujeres. En este contexto, y especialmente para las generaciones más jóvenes que defienden los derechos de la mujer y que posiblemente no conocen estas obras, los escritos de Reed siguen siendo de suma importancia.

Manifestación por la igualdad de las mujeres en Bryant Park, Nueva York, el 26 de agosto de 1970. (Foto: Howard Petrick)

La obra “¿Determina la biología el destino de las mujeres?” apareció por primera vez en inglés en la edición de diciembre de 1971 de la revista International Socialist Review (Revista Internacional Socialista). El texto en inglés fue tomado del ensayo tal como aparece en el dominio público; la traducción en español y los subtítulos y enlaces a las fuentes citadas son de Panorama-Mundial. Debido a su extensión, publicamos el artículo en tres partes, la sgunda de las cuales aparece a continuación.

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(Esta es la última de tres partes. Las secciones anteriores pueden encontrarse en la primera parte y la segunda parte.)


Por Evelyn Reed

Existen, dispersas por todo el mundo, una serie de comunidades primitivas donde las antiguas prácticas y costumbres matriarcales sobreviven en mayor o menor medida. Estas se llaman generalmente comunidades “matrilineales” porque la línea del parentesco y la descendencia todavía se rastrea solo a través de las madres. Pero el asunto es más complejo. En esas regiones, la familia paterna sigue estando poco desarrollada. Un hombre puede ser reconocido como el esposo de la madre y, sin embargo, no ser reconocido como el padre de sus hijos o, si es reconocido, sólo tiene una conexión extremadamente tenue con ellos. Esto suele explicarse diciendo que los hijos pertenecen a la madre y a sus parientes.

¿Han sido siempre oprimidas las mujeres?

Esto significa que los niños pertenecen no sólo a las madres, sino también a los hermanos de esa comunidad matrilineal. En otras palabras, los hermanos de las madres, o tíos maternos, todavía realizan las funciones de paternidad para los hijos de las hermanas de su clan, funciones que en las sociedades patriarcales han sido asumidas por el padre para los hijos de su esposa. Por esta razón, tal comunidad a veces se llama “la avunculada”. El término “avunculado” se refiere al hermano de la madre, así como el término “patriarca” se refiere al padre.

Estas comunidades matrilineales son las que sobreviven de la época matriarcal y, por mucho que hayan sido alteradas desde el triunfo del patriarcado, son testimonio de que el sistema social anterior es más antiguo. De hecho, cuando aparece la antropología en el siglo pasado, ya la mayoría de los clanes primitivos habían sufrido, hasta cierto punto, alteraciones en su composición. Las parejas de dos, o lo que Morgan llamó “familias de emparejamiento”, ya habían hecho su aparición en comunidades que anteriormente habían estado compuestas únicamente por madres y hermanos del clan (o hermanas y hermanos).

Portada de la obra trascendental de Engels. El libro describe cómo el surgimiento de una sociedad dividida en clases dio lugar a órganos estatales represivos y estructuras familiares que protegen la propiedad de las capas gobernantes y les permiten preservar su riqueza y privilegios.

Pero la familia de emparejamiento, que todavía era parte del sistema de clanes maternos del colectivismo, era un tipo de familia totalmente diferente a la familia patriarcal que apareció con la sociedad de clases. Al grupo materno se le añade un hombre nuevo que no es parte del clan: el esposo de la mujer que se convirtió en su esposa. Sin embargo, mientras los maridos participaban en la manutención de sus esposas e hijos, mientras prevaleciera el sistema de clanes, los maridos seguían subordinados e incluso incidentales a los hermanos de las madres. Los hermanos de las madres seguían siendo los socios económicos básicos de sus hermanas en el clan y los tutores de los hijos de sus hermanas.

Los antropólogos de campo que rechazan el enfoque histórico se ven atrapados en un serio dilema cuando se encuentran con comunidades de clanes tan primitivas. Por ejemplo, Malinowski en sus estudios de los isleños de Trobriand describe a estas personas y sus “Principios del derecho materno” de la siguiente manera:

“En las islas Triobrand nos encontramos con una sociedad matrilineal, en la que descendencia, parentesco y todas las relaciones sociales sólo alcanzan reconocimiento legal a través de la madre, y en la que tienen las mujeres una considerable participación en la vida de la tribu, hasta el punto de tener un papel dominante en las actividades económicas, ceremoniales, y mágicas” (La vida sexual de los salvajes).

Una tortuosa búsqueda del padre

Pero debido a que “Estos nativos poseen una institución matrimonial bien establecida”, es decir, cohabitan como una pareja de dos, Malinowski pasa por una tortuosa búsqueda del padre en una región donde el esposo de la madre aún no se ha convertido en un padre en el verdadero sentido de la palabra. Según los propios nativos, el tama, que Malinowski insiste en llamar el “padre”, no es más que “el esposo de mi madre”. En algunos casos, ni siquiera es eso; es un tomakava, un “extranjero” o, como dice Malinowski, “más correctamente, un ‘forastero'” (Ibídem). En otras palabras, el hombre de “fuera” del clan, que ha logrado el reconocimiento como esposo de la madre en algunos lugares, todavía no alcanza el verdadero estatus de padre.

Hay un hombre, sin embargo, que realiza las funciones de paternidad para los hijos de su hermana, en particular para sus hijos varones. Ese es el hermano de la madre. Malinowski escribe:

En una sociedad matrilineal el padre transmite la posición social a los hijos de su hermana, y esta concepción exclusivamente matriarcal del parentesco desempeña un papel de gran importancia … los individuos unidos por lazos de parentesco materno forman un grupo estrechamente cerrado, cuyos miembros se hallan ligados entre sí por una identidad de sentimientos e intereses, y hechos de la misma carne. Y de este grupo se encuentran rigurosamente excluidos … aun aquellos individuos unidos a él por matrimonio o relaciones de padre a hijo. (Ibíd.)

Malinowski observa significativamente lo que él llama la “doble influencia” o “dualidad” que está intercalada en esta comunidad matrilineal debido a que el matrimonio afecta a la descendencia matriarcal. Los niños varones tienen como ejemplo a dos hombres adultos conectados con la madre, y sienten una lealtad dividida entre los dos. Por un lado está el hermano de la madre que representa el orden establecido desde la antiguedad; por otro lado, está el recién llegado, el marido de la madre. Lo que Malinowski no saca a relucir es que los isleños de Trobriand representan una comunidad matrilineal en transición a formas patrilineales.

Los antropólogos pioneros del siglo pasado encontraron muchos ejemplos de comunidades matrilineales que ya estaban en transición a formas patrilineales y patriarcales de organización social. Según el resumen de la evidencia por E. Sidney Hartland, el patriarcado dominante “usurpó el derecho matriarcal de manera continua en todo el mundo; como resultado, las instituciones matrilineales pueden encontrarse en casi todas las etapas de transición” (Primitive Society [Sociedad Primitiva]).

La posición de las mujeres en algunas de estas comunidades en transición que aun perduran permaneció en gran medida inalterada, y siguieron gozando de independencia económica y estima social. Sin embargo, en otras regiones, particularmente aquellas donde las relaciones de clase, el patriarcalismo y la supremacía masculina fueron superpuestas a una economía burda, la mujer quedó tan degradada como sus hermanas en la sociedad de clases. En esas regiones, las mujeres pueden ser tan oprimidas por sus hermanos como por sus maridos y sus padres.

Tribus originarias del centro de Australia

Australia se menciona a menudo como prueba de la condición devaluada de la mujer en sociedades primitivas. Pero, según Spencer y Gillen, las máximas autoridades sobre las tribus del centro del país, existe una “brecha enorme” entre el período tradicional de antaño y el presente. Concluyen que anteriormente las mujeres ocupaban una posición muy diferente y más elevada que en los últimos tiempos (The Native Tribes of Central Australia [Las tribus nativas de Australia Central]).

Miembros de una tribu autóctona en Australia Central. Ceremonia de los Ulpmerka del Tótem del Ciruelo de Quiurnpa. El hombre sentado lleva en la cabeza un tipo especial de nurtunja. (Foto: Archivos digitales Libraray de Gran Bretaña)

Resumiendo este y otros informes, Robert Briffault sostiene que el patriarcalismo, la dominación masculina y la condición degradada de las mujeres “son características de origen comparativamente tardío” y han usurpado una condición anterior de mayor influencia y estima femenina. “Los nativos australianos no son sólo una raza primitiva, sino en muchos aspectos también degradada”, dice, y es por eso que la dominación masculina, una vez instituida, procedió a “sus consecuencias extremas” (The Mothers, Vol. I [Las Madres, tomo 1]). Esto no debe sorprender a nadie en un continente donde, debido a enfermedades y otras causas, la población aborigen de 500,000 se redujo a 50,000 en el primer siglo tras la llegada del hombre blanco.

En marcado contraste, hay muchas regiones en las que se han conservado las costumbres matriarcales y no se ha dado tal degradación, ni de las mujeres ni de los hombres. Los ejemplos pueden encontrarse entre los indios de América del Norte, donde no existían ni la supremacía masculina ni la opresión de las mujeres hasta que fueron introducidas, junto con el whisky y las armas, por los colonos civilizados de Europa. Briffault presenta la siguiente cita del misionero J. F. Lafitau:

“Nada es más real que esta superioridad de las mujeres. Es la mujer la que constituye propiamente la nación, la nobleza de sangre, el árbol genealógico, el orden de las generaciones, la preservación de las familias. Es en ellas donde reside toda autoridad real; el país, los campos y todos los cultivos les pertenecen. Ellas son el alma de los concilios y árbitros de la guerra y la paz”. (Ibídem.)

Según Alexander Goldenweiser, la influencia de las mujeres era primordial en la elección de los jefes. Las actividades de estos jefes eran cuidadosamente vigiladas y supervisadas por “las matronas”, especialmente en cuestiones de guerra, y si no resultaban satisfactorias en algún aspecto, la insatisfacción de las mujeres provocaba la deposición de los jefes. Todavía en el período de la confederación iroquesa, dice, “las mujeres eran más influyentes que los hombres tanto en la elección de los jefes como en su deposición … la opinión pública era en mayor grado la de las mujeres que la de los hombres del grupo”. Muchas guerras devastadoras, añade, “seguramente fueron evitadas por el sabio consejo de las matronas” (Anthropology (Antropología)]. La realidad del poder de la mujer queda en evidencia por el hecho de que los títulos de transferencia de tierras bajo el Gobierno Colonial casi todas llevan firmas de mujeres.

Briffault cita una de las confrontaciones más interesantes entre los hombres de la tribu iroquesa y los hombres blancos que despreciaban a la mujer como el sexo inferior. El orador elegido de los iroqueses, “Buen Pedro”, se dirigió al gobernador Clinton y dijo lo siguiente para explicar la alta estima que los pueblos originarios tenían por las mujeres:

¡Hermanos! Nuestros antepasados consideraban que era una gran ofensa rechazar los consejos de sus mujeres, particularmente de las institutrices femeninas. Eran veneradas por ser las amas de la tierra. ¿Quién, dijeron nuestros antepasados, nos trae a la existencia? ¿Quién cultiva nuestras tierras, enciende nuestros fuegos y hace que nuestras ollas hiervan, sino las mujeres? Nuestras mujeres, hermano, dicen estar preocupadas. … Piden que no se ignore la veneración de nuestros antepasados en favor de las mujeres, y que no sean despreciadas: el Gran Espíritu las hizo. Las institutrices piden permiso para hablar con la libertad permitida a las mujeres y agradable al espíritu de nuestros antepasados. … Porque ellas son la vida de la nación. (The Mothers, Vol. I) [Las madres, Tomo 1]

Estas no son descripciones de mujeres “eternamente oprimidas”. El hecho de que algunas mujeres en regiones primitivas se hayan vuelto tan oprimidas como las mujeres de las naciones patriarcales civilizadas no prueba que las mujeres siempre hayan sido oprimidas. Todo lo que demuestra es que en algunas regiones, pero no en todas, la degradación de las madres y hermanas también provocó la degradación de los hermanos de las madres. Como los hombres patriarcales que les sirvieron de modelo, los hermanos de algunas de esas madres se convirtieron en supremacistas masculinos y opresores de las mujeres.

Pero históricamente, antes de la usurpación por el poder patriarcal, no existía tal cosa como la supremacía masculina sobre las mujeres—ni tampoco la dominación femenina sobre los hombres. La comunidad del clan era comunista; sororidad entre las mujeres y fraternidad entre los hombres. La piedra angular de esa estructura social era la igualdad en todas las esferas de la vida, económica, social y sexual. Así que las mujeres no siempre fueron oprimidas. La opresión de las mujeres comenzó como parte integral de una sociedad opresiva que derrocó y suplantó a la antigua comuna matriarcal.

La “teoría avunculada” de la opresión femenina

La “teoría avunculada” de la eterna opresión de la mujer es sólo una variación más sofisticada de la “teoría del útero” de la inferioridad femenina. La una, como la otra, deben ser rechazadas por las mujeres del movimiento de liberación.

Cerámica indígena

Pero, desafortunadamente, algunas escritoras influyentes como Kate Millett, aunque desprecia la idea de que la biología determina el destino de la mujer, no lo han hecho. Esta luchadora por la liberación de la mujer ha sido influenciada por los antropólogos antihistóricos. En su libro Política sexual, escribe que “tanto el mundo primitivo como el civilizado son mundos masculinos”, y que las mujeres siempre han sido oprimidas, si no por hombres patriarcales, entonces por hombres de la “avunculada”. Curiosamente, ella adopta esta posición mientras admite que no sabe si hubo o no un período matriarcal.

Shulamith Firestone, en su libro La dialéctica del sexo, se empantana aún más en el error de la opresión eterna de las mujeres. Ella recita toda la letanía elaborada por hombres sobre este asunto. Según Firestone, la opresión femenina antecede la historia escrita; se remonta “al mismo reino animal”. Debido a la biología femenina, dice, la mujer no tenía la fuerza suficiente para realizar trabajo productivo—lo que demuestra que ella ignoraba el extenso historial del trabajo desempeñado por las mujeres primitivas. Es más, dice la autora, debido a su biología, la mujer “permanecía esclavizada a los misteriosos procesos de la vida”, aceptando descripciones masculinas para la cría y el cuidado de bebés. Su conclusión, por lo tanto, es que las mujeres han estado “continuamente a la merced de su biología”, lo que las ha hecho “dependientes de los hombres”, ya sean hermanos de clan o maridos y padres.

Tema antifeminista: ‘La biología es el destino de la mujer’

Firestone cayó por completo en la “teoría del útero” de la inferioridad femenina. Dejando a un lado a Marx y a Engels quienes, según ella, no sabían “casi nada” sobre las mujeres como una “clase oprimida”, sostiene que “la biología reproductiva de la mujer fue la causa de su opresión original y continua, y no una revolución patriarcal repentina”. Firestone, la feminista, repite como loro el tema antifeminista de que “la biología es el destino de la mujer” sin molestarse en examinar críticamente los hechos.

Es lamentable que incluso algunas mujeres antropólogas hayan cometido errores similares a pesar de sus estudios sobre el tema. Influenciadas, o quizá intimidadas, por la ideología supremacista masculina y burguesa que satura los círculos antropológicos, ellas también aceptan el mito de la eterna inferioridad y opresión de la mujer.

La antropóloga británica Lucy Mair afirma: “En las sociedades más simples, y de hecho en algunas industrializadas, las mujeres nunca son totalmente independientes …” Siempre han tenido que depender de los varones, ya sean hermanos o esposos y padres (An Introduction to Social Anthropology). Esta afirmación tan arrolladora ni siquiera es cierta en algunas sociedades matrilineales que aun perduran, donde las mujeres han conservado su independencia económica y su estima social. De ninguna manera era cierta en la época matriarcal de organización social que existía antes de que apareciera la supremacía masculina.

Kathleen Gough Aberle, de Vancouver, hizo las mejores contribuciones al libro Matrilineal Kinship [Consanguinidad Matrilineal], publicado en 1961 para el centenario de la publicación de la obra Das Mutterrecht (Derecho de la madre) de Bachofen. Sin embargo, ella también piensa que las mujeres siempre han sido oprimidas. En un artículo reciente escrito para el movimiento de liberación de las mujeres, afirma: “El poder de los hombres para explotar sistemáticamente a las mujeres surge de la existencia de la riqueza acumulada” apuntalada por el poder del estado. Esto se adhiere al punto de vista marxista. Pero luego abandona el método del materialismo histórico cuando dice: “Incluso en las sociedades de caza parece que las mujeres son siempre en algún sentido el ‘segundo sexo’, con mayor o menor subordinación a los hombres” (Up From Under, enero-febrero de 1971).

Si bien esto puede ser cierto en algunas comunidades que viven de la caza y que se han visto alteradas en los últimos tiempos, no era cierto para las comunidades de caza originales que existían en el período de la comuna matriarcal. Permítanme enfatizar: no fue la labor de la cacería lo que dio a los hombres superioridad sobre las mujeres, fue la introducción de la propiedad privada, las divisiones de clase y la familia patriarcal lo que dio lugar la supremacía masculina y la opresión de las mujeres.

Esto nos lleva al último aspecto de la maraña de mitos que pretenden demostrar que las mujeres siempre han sido el segundo sexo. Me refiero a la diferencia entre la división primitiva del trabajo entre los sexos y la civilizada. Según la propaganda predominante la división del trabajo entre los sexos siempre ha sido la misma, con el trabajo de la mujer confinado al hogar y la familia. ¿Cuáles son los hechos en realidad?

La división social vs. la división familiar del trabajo

A menudo se dice o se implica que, desde el comienzo de la historia humana hasta nuestros días, la división del trabajo entre los sexos ha sido una división entre el esposo y la esposa de una familia. El marido sale a trabajar mientras la esposa se queda en casa para cuidar del hogar y de los hijos. Algunas mujeres en el movimiento de liberación están indignadas porque al marido se le paga por su trabajo mientras que a la esposa no. Pero se trata de una injusticia mucho más profunda. Se trata de la vida atrofiada, dependiente y culturalmente estéril de una mujer enjaulada en un recinto doméstico haciendo tareas estúpidas y embrutcedoras.

Marcha de protesta en las calles de Boston por la anulación de Roe v. Wade el 24 de junio del 2022. Los escritos de Reed son de suma importancia, especialmente para las generaciones más jóvenes que defienden los derechos de las mujeres y pueden no estar familiarizadas con su trabajo. (Foto: Michael Ciaglo / Getty Images)

No es necesario bregar en detalle con todos los factores de la sociedad capitalista que han provocado esta restricción del trabajo de la mujer a la servidumbre familiar. Se les priva del tipo de trabajo socializado que les daría independencia económica; trabajos de ese tipo están en gran parte reservados para los hombres. Se sigue recalcando que el matrimonio y la familia son la carrera más apta para una mujer verdadera. Las leyes reaccionarias sobre la anticoncepción y el aborto obligan a las mujeres a tener hijos, lo quieran o no, y en ausencia de centros de cuidado infantil, cada mujer individual debe ocuparse de la carga de criar a los niños ella misma.

Según las iglesias y los guardianes del orden establecido, el lugar de la mujer está en el hogar y siempre lo ha estado, sirviendo al esposo y a los hijos porque la familia siempre ha existido. Pero no es cierto que la procreación, que es una función natural, sea lo mismo que la familia, que es una institución inventada por el hombre. Si bien las mujeres siempre han sido las procreadoras de los niños, no siempre han estado encerradas en unidades aisladas, cada mujer sirviendo a un esposo y una familia. El embuste de la “familia eterna” no es sino la máxima expresión de la “teoría del útero” de la inferioridad de la mujer.

La primera división del trabajo entre los géneros no era como la de hoy, una división entre marido y mujer, con el hombre saliendo a trabajar mientras la esposa se queda en casa haciendo tareas domésticas. En la sociedad primitiva ambos géneros realizaban trabajo social. Esto era posible porque su sistema comunal de producción estaba acompañado por el cuidado y la educación comunales. Las mujeres adultas entrenaban a las niñas para sus futuras ocupaciones, mientras que a cierta edad los niños varones eran entregados a los hombres adultos, que se convertían en sus guardianes y tutores. Tanto la producción como la crianza de los hijos eran originalmente funciones sociales, realizadas tanto por las mujeres como por los hombres. Fue sólo con el desmoronamiento de la comuna matriarcal y sus relaciones igualitarias entre los sexos que las mujeres fueron despojadas de su rol en la producción social y quedaron uncidas a la servidumbre familiar. Los hombres asumieron las nuevas divisiones del trabajo.

Los historiadores a menudo señalan que con el advenimiento de la nueva economía, fundada en la agricultura y la ganadería, surgieron muchas nuevas divisiones del trabajo que reemplazaron la antigua división sexual de las labores. Para dar algunos ejemplos, las actividades pastorales se diferenciaron de la agricultura; la metalurgia, la construcción de viviendas, la construcción de embarcaciones, los textiles, la cerámica y otras artesanías se convirtieron en oficios especializados. Junto con estas divisiones del trabajo en las artesanías también aumentaron las especializaciones en la esfera cultural, desde sacerdotes y bardos hasta científicos y artistas.

Transformación del rol de los géneros

El rol de cada género se transformó radicalmente en el proceso. A medida que estas nuevas divisiones y subdivisiones del trabajo aumentaban y proliferaban, iban quedando cada vez más—y al final quedaron exclusivamente—en manos de los hombres. Las mujeres fueron excluidas de estas labores sociales y culturales, y obligadas a limitarse a la vida familiar y del hogar. Con el surgimiento del poder del estado y de la iglesia, las mujeres fueron adoctrinadas a pensar que su vida entera debía limitarse a las cuatro paredes de un hogar y que las mejores mujeres eran aquellas que servían a sus esposos y familias sin quejarse. Con la elevación de los hombres y la degradación de las mujeres, ellas perdieron no sólo su antiguo puesto en la producción social, sino también su antiguo sistema de cuidado infantil comunitario.

Sin duda las mujeres de las clases plebeyas, de la “gente común”, siempre han tenido que trabajar. Durante el largo período agrícola trabajaron en granjas, así como en artesanías, y todo esto lo hicieron además de parir a sus hijos y cuidar del hogar. Pero el trabajo realizado por, para, y por medio de un esposo, un hogar y una familia individual de ninguna manera es lo mismo que participar en el trabajo socializado como parte de una sociedad comunal. La participación de la mujer en la producción social desarrolla su mente y su cuerpo; el aislamiento y la preocupación por las tareas domésticas los debilita y reduce sus horizontes.

En otras palabras, la división del trabajo entre los sexos no siempre ha sido la misma. La división del trabajo dominada por los hombres que apareció junto con la sociedad dividida en clases, la propiedad privada, y la familia patriarcal, representa para las mujeres un despojo colosal. Esto es más cierto todavía el día de hoy, cuando la antigua y extendida familia agrícola productiva se ha visto reducida al pequeño núcleo familiar consumidor de la era urbana.

Para refutar los mitos que han ayudado a mantener a las mujeres oprimidas—desde la “teoría del útero” hasta la propaganda de la “familia eterna”—no basta simplemente con corregir los errores científicos o históricos. Esos mitos tienen profundas implicaciones para el movimiento de liberación de la mujer. El argumento de que la constitución biológica de la mujer es la responsable de su inferioridad social es el más trillado en el repertorio de los supremacistas masculinos. Si esa afirmación resulta ser falsa su argumento se derrumba—y eso es lo que yo he tratado de argumentar.

Las hembras en la naturaleza no sufren discapacidades en comparación con los machos debido a su constitución biológica. Tampoco es cierto que ya antes de la sociedad de clases la mujer había sido degradada debido a su rol de madre. En ese entonces gozaban de la estima más alta por sus funciones combinadas como productoras y procreadoras. La posición de la mujer en la sociedad, por lo tanto, ha sido moldeada y remodelada según la evolución de las condiciones históricas. La drástica transformación que destruyó el comunismo matriarcal provocó la caída del género femenino. Fue con el surgimiento de la sociedad patriarcal de clases que la constitución biológica de la mujer se convirtió en el pretexto ideológico que permitió justificar y continuar la exclusión de las mujeres de la vida social y cultural, para así mantenerlas en un estado servil.

Sólo si reconocemos estos hechos podremos las mujeres enfrentarnos a las verdaderas causas de nuestra subyugación y degradación, que hoy están ligadas a la estructura del sistema capitalista. Nuestra lucha por la liberación se verá entorpecida mientras aceptemos la mentira de que la fuente de nuestra opresión es la naturaleza y no esta sociedad.

En una manifestación reciente un grupo de mujeres llevaba una pancarta que decía: “La biología no es el destino de la mujer”. Ésta debería ser la consigna del movimiento feminista mientras trabajamos y luchamos juntas por dirigir nuestro destino.


(Las secciones anteriores pueden encontrarse en la primera parte y la segunda parte.)


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